Cuando un jovencísimo Quentin Tarantino, allá por el año 1992, fue bautizado como enfant terrible del cine americano gracias a su magistral ópera prima RESERVOIR DOGS -y cuyo innegable y sobresaliente talento cinéfilo dio como resultado su segunda y hasta la fecha mejor película, PULP FICTION (1994)- , al lumbreras que se le ocurrió acuñar ese término no podía imaginarse entonces el daño que en realidad le estaba haciendo. Tras los palos recibidos injustamente por la injustamente infravalorada JACKIE BROWN (1997), Tarantino se tornó en un realizador excesivo, megalómano, egocéntrico, que dejaba a un lado los soberbios diálogos y situaciones que hasta entonces habían poblado sus guiones para primar una violencia gratuita y sonrojante -ahí está esa tontería en dos actos llamada KILL BILL (2003-2004); su otro programa doble, GRINDHOUSE (2007), de la mano de su colega Robert Rodríguez, directamente me he negado a verlo- que adornaban unos libretos a cuál más absurdo.
La buena acogida que tuvo su última obra, la recientemente estrenada MALDITOS BASTARDOS, en el pasado Festival de Cannes, hacía pensar a uno que había vuelto ese Tarantino inteligente, audaz, mordaz y único. Y durante buena parte del metraje de esta película todo apunta a ello: una sobria y comedida realización -donde introduce muy inteligentemente influencias y estilos del spaghetti-western en el contexto del cine bélico de la II Guerra Mundial- , unas magníficas direcciones de Arte y Fotografía y algunos actores en estado de gracia -la siempre elegante Diane Kruger, el siempre eficaz Daniel Brühl, la belleza vengativa de Mélanie Lauren y sobre todo un genial Christoph Waltz como cínico y terrorífico cazajudíos- nos esperanzaban con la posibilidad de reencontrarnos de nuevo con un Tarantino en plena forma.
Lástima que, finalmente, la película deje al espectador con un sabor agridulce, debido, sobre todo, a la excesiva duración de algunas alargadísimas secuencias -la de la taberna, por ejemplo- y a una resolución final tan imprevisible como inverosímil, lo que le hace perder muchos puntos. Sin embargo, y a pesar de ello, podemos esperar que Tarantino haya regresado a la senda que nunca debió abandonar: la de un autor lleno de influencias pero con un innegable sello propio.