por ISRA CALZADO LÓPEZ.
HARRY POTTER Y LA ÓRDEN DEL FÉNIX
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uséase, la quinta entrega de las aventuras del niño mago más famoso del planeta- nos dejó un muy buen sabor de boca, mejor de lo que la película en realidad y objetivamente era. El desconocido
David Yates, que debutaba en la serie con aquella, fulminaba gran parte de las subtramas de la novela de
J. K. Rowling, obviaba a los personajes secundarios -uno no terminaba de comprender qué pintaba el elfo
Kreacher o qué pasaba con
Cho Chang, el primer amor de
Harry, en el tercer acto de la historia- y remataba bastante mal ciertas situaciones, haciéndolas incomprensibles para quien no estuviese familiarizado con el original literario. Sin embargo, tras la decepcionante cuarta parte a cargo incomprensiblemente de
Mike Newell, cualquier cosa medianamente bien hecha nos iba a parecer bien, y
Yates suplía sus defectos con un buen manejo del tempo narrativo, una tenebrosidad de lo más plástica en la puesta en escena y, sobre todo, algunas escenas que entraban por derecho propio entre las mejores de toda la saga -p. ej. el prólogo con los dementores, los entrenamientos clandestinos del Ejército de Dumbledore o la batalla final en el Ministerio de Magia- .
Lástima que Yates, que repite en la recientemente estrenada HARRY POTTER Y EL MISTERIO DEL PRÍNCIPE -antepenúltimo título de la saga fílmica y que se hará cargo de las dos últimas entregas, a estrenarse en 2010 y 2011 respectivamente- , haya cometido los mismos errores que en la anterior cinta sin haber sido capaz de mantener las mismas virtudes. Me explico: nos encontramos de nuevo con personajes que aparecen y desaparecen de la trama sin ningún tipo de explicación -¿qué pasa con el pretendiente de Hermione?- , la motivación de algunos de éstos no está nada clara -¿por qué tanto empeño de Dumbledore por mostrar a Harry la infancia de Tom Riddle?- y, lo que más decepcionará, seguramente, a los fanáticos lectores: no profundiza en ninguna de las tramas principales y, dicho vulgarmente, se cepilla el fantástico/absorvente/trepidante/dramático clímax final que nos encontrábamos en el libro. ¿Y por qué?
Aparentemente, no hay respuestas para ello. Diría que se nota demasiado que ésta es una obra de encargo, que algunas situaciones se muestran en la pantalla simplemente "porque salían en el libro" -pero sin darle ningún tipo de explicación en el guión cinematográfico- y que, en definitiva, éste no es sino un capítulo de transición hacia la resolución de todo lo acontecido en Hoghwarts y el mundo mágico desde el ya lejano 2001.
Añadámosle a esto que las -pocas- escenas de acción que salpican el metraje son bastante sosas, que desde el punto de vista técnico no se aporta nada nuevo -la secuencia de Dumbledore y Harry en la cueva recuerda poderosamente a las minas de Moria de LA COMUNIDAD DEL ANILLO, sobre todo cuando se ven rodeados de miles de ¿gollums?- y que se echan de menos algunos personajes -Neville Longbottom, Ojoloco Moody- que ya habían cogido cierta entidad y que habían logrado la empatía de quien suscribe estas líneas. ¿Lo mejor? Por decir algo positivo, el dubitativo profesor que encarna Jim Broadbent -espléndido, como siempre- , la partitura original de Nicholas Hooper -sobre todo al final, en el momento más dramático y emotivo del film- y Evanna Lynch, alias Luna Lovegood, de cuyos labios salen los más agudos y geniales diálogos de toda la película.