por ISRA CALZADO LÓPEZ.
Aunque no por inesperada -con 79 primaveritas a sus espaldas, más pronto o más tarde tenía que llegar- , hace unos meses nos sorprendió Clint Eastwood con la noticia de que la recientemente estrenada GRAN TORINO sería su última película como actor. Tras más de medio siglo de carrera frente a las cámaras y de haber encarnado nada menos que 66 personajes entre series, telefilms y largometrajes, el californiano decidía poner punto final a esta prolífica carrera suya para centrarse únicamente en su labor como director -aunque no sería de extrañar que también siguiese haciendo sus pinitos como compositor- . Y, la verdad, no podía haber elegido mejor película y mejor rol. Su Walt Kowalski de GRAN TORINO está a la altura de sus inolvidables William Munny (SIN PERDÓN), Frankie Dunn (MILLION DOLLAR BABY), Harry Callahan (HARRY EL SUCIO) o el Predicador (EL JINETE PÁLIDO), por citar sólo unos pocos: un octogenario recién viudo, veterano de la guerra de Corea, de vuelta de todo, gruñón y cascarrabias, que ve cómo su barrio se va poblando poco a poco de orientales, hispanos, negros y otra serie de etnias y culturas que, irremediablemente, chocan entre sí. Tras un primer vistazo al tráiler del film, uno podría pensar que estamos ante el ocaso de su violento, racista y misógino Harry Callahan. Pero nada más lejos de la realidad. Para empezar, Walt Kowalski no culpa a sus vecinos asiáticos de las atrocidades que vivió en el frente -ni siquiera desea recordar lo que vivió allí, un sentimiento de culpa que le ha carcomido toda su vida- ; su perenne mal humor es un reflejo de su soledad e incomprensión. No entiende a su vecina, que le reprocha en un dialecto ininteligible; ni a sus hijos, más preocupados por asegurarse la herencia y recluirle en una idílica residencia; ni al sacerdote de la comunidad, a quien ve demasiado niñato como para dar sermones sobre la vida y la muerte. Y así, intenta pasar el poco tiempo que seguramente le quede en este mundo lavando y cuidando con mimo su más preciada joya, un Ford Gran Torino de coleccionista que no osa ni conducir.
Eastwood compone un personaje intenso y férreo, como una caja fuerte, al que es casi imposible acceder a su interior más allá de su mirada dura y sus constantes gruñidos -posiblemente, el gran olvidado de la pasada edición de los Oscar, muy por encima de, por ejemplo, el normalito Brad Pitt/Benjamin Button- . Y, como director, Eastwood demuestra una vez más que donde mejor se mueve es en las distancias cortas: así, en los últimos años, se han ido alternando las grandes pero irregulares producciones -el díptico BANDERAS DE NUESTROS PADRES/CARTAS DESDE IWO JIMA o la más reciente EL INTERCAMBIO- con esas joyitas, esas obras modestas que, como MILLION DOLLAR BABY o GRAN TORINO, nos devuelven a un cineasta que no requiere ni de grandes presupuestos ni de actores de relumbrón para dar la mejor versión de sí mismo. Seguramente habrá más de uno que vea esta película como un trabajo poco relevante en la carrera de Eastwood; yo invito a quienes salgan de ver GRAN TORINO a que reflexionen despacio, a que mediten muy cuidadosamente sobre todo lo acontecido en la pantalla. Más de uno se sorprenderá a sí mismo descubriendo que, como sucede con el propio Walt Kowalski, rascando rascando uno descubre muchas más virtudes más allá de esa fachada de film menor que lo envuelve.
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